3 de septiembre de 2013

Fetiche

Parada frente a mi valija casi lista me doy cuenta de que, por primera vez, calculé mal el tiempo y que en lugar de estar parada frente a mi valija casi lista debía estar arriba del taxi a medio camino de Ezeiza. Pánico. Corrida. Súplica al taxista que cuando le pido llegar en 20 minutos, obviamente responde que magia no puede hacer. Yeah, right. Corrida por el hall del aeropuerto, check-in, decime por favor que estoy a tiempo. Buenos días, su vuelo está demorado, sírvase su tarjeta de embarque y un ticket para la cafetería. Tenga usted muy buen viaje, gracias por volar con Mexicana.

Tres horas más tarde despegamos de Buenos Aires. Estoy en camino, tengo ventanilla y el asiento de al lado está vacío. ¿Pollo o pasta? Es un vuelo de día, no voy a dormir. Me saco mis ballerinas violeta, apoyo mi vaso de jugo de naranja en la mesita, saco mi libro, una novela negra escrita por un escandinavo mucho menos famoso que Stieg Larsson pero más talentoso, me preparo para olvidarme de todo. Pero no. La señora frente a mi, una de esas americanas grandotas, piel blanca mejillas rojas, decide reclinar su asiento con muy poco cuidado y mi vaso vuela por el aire. Es curioso como ciertas situaciones las ves en cámara lenta... el vaso en el aire que dibuja un arco que termina en un mar naranja sobre tu libro, tu asiento, tu cuerpo. Y ni un "I'm so sorry" y ojalá de enchiles apenas pongas un pie en el DF.

Descalza en medio del pasillo espero mientras una azafata limpia lo que puede y cambia el asiento. Un señor, bigote de charro, me sonríe amable y dice: "Menudo lío, deseas cambiar de asiento?" Le sonrío back y le digo que no se preocupe, que voy a estar bien. De vuelta en mi asiento, leo mucho, escribo un poco, miro como el sol se queda suspendido sobre las nubes. Durante mucho tiempo.

Llegamos a Ciudad de México, están reparando el aeropuerto, tenemos que cambiar de terminal para buscar el equipaje, caminamos por algunos pasillos, hay sonidos de taladros y martillos. Camino rápido, voy mirando mi teléfono, quiero encontrar a mi chofer, quiero llegar al hotel. De pronto estoy sola sobre una larguísima cinta transportadora con el señor bigotes de charro a unos pocos metros. Nos deslizamos en silencio por un pasillo blanco y eterno. Al final de la cinta, se da media vuelta, me mira con su sonrisa amable y dice: "Señorita, espero que me disculpe, pero necesito decirle que tiene usted los pies más bonitos que yo haya visto en toda mi vida. Que tenga una agradable estadía." Da media vuelta y lo miro cómo se aleja. Y por un instante me quedo ahí, ojos abiertos, sonrisa en los labios. Amo México.